A Tomás le habían puesto el mote de Buey mudo por su imperturbable calma y su ingenua credulidad.
Sólo una vez había reaccionado con prontitud. Le habían gritado desde el claustro, al pie de su ventana: “¡Hermano Tomas! ¡Hermano Tomás!… ¡Corre mira! ¡Un buey que vuela!”.
Mansamente, se acerco a la ventana, siendo recibido con sonoras carcajadas.
“¡Se lo ha creído! ¡Se lo ha creído!” Gritaban todos. “¡Es bobo!”
Tomás, imperturbable, respondió:
“prefiero creer que un buey puede volar a pensar que un hermano mío me este mintiendo…”.
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