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jueves, 8 de julio de 2010

Ego.

Ego.
Por: Jesus Moises Delcid Robles.

De pronto surgió una pregunta así de improviso: ¿quien soy? no tengo la más mínima idea de mi identidad. Toda la vida me han preocupado otras cuestiones más nunca en saber identificarme a mí mismo. Mi única referencia es la imagen frente al espejo, pero hasta ahí.
Desde pequeño me educaron y prepararon más para mi desenvolvimiento laboral y social, pero nunca para saber quien y hacia donde debo ir. Nunca realmente me inquieto el pensamiento por descubrir y desentrañar mi personalidad de entre todos mis goces y ocupaciones y obligaciones.
Me doy cuenta de que he vivido más para los demás que para mí mismo. He vivido con una personalidad externa sin complemento con lo interno, en un proceder no del todo sustancial. Me encuentro anémico de mi propio yo. Siempre he actuado más por formalidad que por convicción, deambulando entre palabras y posturas que más aparentan un juego social que un desenvolvimiento personal. En un vago sentimiento de pertenencia a la comunidad si en el más mínimo apego a la naturaleza humana del prójimo, que más que benevolencia denota hipocresía, donde lo que más importa es tan solo la falsa buena intención. En palabras mas que en hechos.

En esta jungla social que asemeja la lucha de animales predadores y animales de presa. En donde el más rapaz asola en sus asechanzas toda oportunidad para su beneficio sobre el débil que en vez de prepararse, solo vive y se desvive en el dolor de su vulnerabilidad. En un vulgar espectáculo de poderosos y oprimidos en que los oportunistas buscan la menor ocasión para joder al prójimo y obtener alguna bagatela y así fomentar su soberbia en una vacua hazaña que embriaga sus delirios de grandeza hasta llegar al carroñero el cual busca beneficiarse de la desgracia ajena.

Todo ello puede desencadenar en una crisis personal, cuando existe la convicción en el llamado a descubrir la propia identidad en angustiosas preguntas ¿quién soy? ¿Qué hago yo aquí?

Muchos dirán que he caído en el narcicismo y en un desbordado egocentrismo. Más yo les refiero: que una vida sin identidad propia, es más bien una aventura sin sentido. Sin tener la más importante referencia de un hombre en el mundo: la comprensión de sí mismo.

Vivimos en una burda imitación, que más bien nos aleja de la congruencia de nuestra naturaleza humana. En una carrera frenética y desenfrenada contra el tiempo, contra los demás y contra nosotros mismos. Basados en las dogmaticas consignas de “ser el mejor”, “no tener límites”, “ser libres”. Dichas prioridades son mas confusas que claras por que solo dan pie a desencadenar una conducta mas bien neurótica ante la vida, en un proceder agresivo contra todo lo que se interponga al paso, al logro de su “excelencia personal y profesional” pero que al final no queda un hombre virtud, si no más bien, un hombre de soberbia inflada el cual estalla ante la espina de la adversidad.

Sin identidad marcho por el mundo alabando al poderoso y siguiendo sus pasos y deshonrando la virtud del sabio. Loando el cinismo del corrupto sin el menor empacho a mi conciencia, ya que ha evolucionado a un estado mucho más allá del bien y del mal, sin corrección y en obtención al capricho de mis apetencias pero cuyo desenfreno, con el tiempo, me llevará a la dolorosa resaca de mis consecuencias.

Vivir en la completa inconsciencia de mi identidad es deambular por muchos lugares, buscando algo que investigo por fuera y que cargo dentro, que es mi verdadera personalidad, mi naturaleza, mi unicidad. Mi singularidad.

Al final puedo ver que el encuentro con mi identidad propia: es un comprensivo de mí mismo y no un comparativo de los demás. Si no tengo esto (mi identidad), no hay enclave para mi persona y mi naturalidad personal.

Un gran logro en esta vida, es encontrarse así mismo. Por que sí no se conoce uno bien ¿como puede esperar compartir lo mejor de s{i mismo para con los demás?

1 comentario:

eddy velasco dijo...

genial!!!