Los puercos.
Por: Jesus Moises Delcid
Estaban dos hombres observando a los cerdos que había en un chiquero. Y uno le comentaba al otro:
¡Míralos!, puercos obesos arrastrándose entre el lodo y la inmundicia. Aspirando la pestilencia que inunda este lugar. Y alimentándose de lo que sea, tanto de verdura rancia, basuras y hasta de su misma mierda.
A lo que el otro hombre secundo:
Así es compañero, es sorprendente como un animal puede adaptarse, armonizar y establecerse con tal empacho en tanta porquería. Míralos tirados perezosamente, embotados y agolpándose torpemente unos contra otros en este pequeño chiquero. Ya viéndolos, ya escuchándolos en sus sórdidos chillidos, ya respirando y oliendo su peste.
Uno se sorprende de una vida tan sedentaria y sucia, bien los nombran puercos.
Y sin más que comentar, los dos hombres se quedaron callados contemplando aquel espectáculo porcino.
Pero lejos de allí, a una gran altura estaban dos ángeles en dialogo propio de su naturaleza, sin emitir sonido alguno, un ángel comentaba al otro acerca de lo que presenciaba.
¡Míralos!, hombres estresados, presionados y atormentados. Míralos como corren de un lado hacia a otro en esa gran ciudad. Se acomodan y se aplastan en vehículos y pequeños apartamentos sin tener espacio y ningún momento de paz. Corren desenfrenados, como en estampida a la cual impulsan los más fuertes y arrastran a los débiles.
Humo, ruido, peste, violencia y maldiciones al por mayor. Míralos, como se arrastran en ese espectáculo donde lo que resalta es la podredumbre. Míralos, como viven en ciudades donde la fama, el poder y la riqueza se establecen rodeados de violencia, miseria, envidia, hambruna y soledad.
Es sorprendente hermano mío como un ser humano puede asentarse en tal lugar y con tanta basura, corrupción y sobrevivir en el. Míralos, bien se sabe que el hombre es el único animal que no se adapta al medio en el que vive, si no por lo contrario, adapta el medio en que vive para sí mismo.
Míralos, míralos como corren. Parece aterrados con un vivir sin sentido, movidos por la ambición de dinero y placer. Soberbios y marginados conviven violentamente, cada uno intentando sobrevivir, sometiendo al prójimo.
Tirando, jalando y empujando unos a otros dentro del concretos gris, el asfalto negro y el denso aire de esa ciudad.
Ya viéndolos, ya escuchándolos, ya oliéndolos. Uno se sorprende de una vida tan estresante, apurada y corrupta. Bien los nombran hombres.
Y sin mas que decir quedaron los dos ángeles sentados al borde de la nube desde que observaban, decidiendo mejor dirigir su mirada para contemplar a Dios y su gloria.
Fin.