Pedro Abelardo presenta la siguiente crítica sobre el arzobispo de Canterbury. Cabe entender que hay diferencias en sus posturas de pensamiento.
Me acerque pues a ese anciano que debía su reputación más a
sus muchos años que a su talento o su cultura. Todos los que le abordaban en
busca de su opinión sobre un asunto en que se sentían inseguros se marchaban
más inseguros aún. Si uno se limitaba a escucharlo parecía admirable, pero si
se lo interrogaba era una nulidad. En cuanto a las palabras era admirable, en
cuanto a la inteligencia digna de desprecio y en cuanto a la razón fatuo. Su llama
llenaba de humo toda la casa en lugar de iluminarla.
Desde lejos su árbol de
copioso follaje atraía las miradas pero cuando se veía de cerca y con más
cuidado, advertía uno que ese árbol no tenía frutos. Cuando me acerqué para
recoger su fruto comprobé que el árbol parecía a la higuera maldita por el
señor o a un viejo roble con el que lucano compara a Pompeyo:
“se mantiene cubierto a la sombra de un gran nombre. Cual un
soberbio roble en medio de los campos”.
Sabiendo a qué atenerme, no perdí más tiempo en su escuela.
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