Por Jesus Moises Delcid Robles.
Hay personas que por su sencillez y carisma nos muestran un aspecto de la sabiduría, la cual no es tan solo propiedad de los eruditos y de los ilustrados. Sino también de aquellos que hay tenido fuertes experiencias en su vida, tal fue el caso de don Mario un provinciano que vino a la ciudad, como muchos otros, a buscar mejor fortuna y llenar la tripa.
Como hombre maduro Don Mario tenia hartas anécdotas de sus tropelías en la gran ciudad, pero dentro de todo guardaba ese aire de provincia que no se diluye ni las mas tristes peripecias, tenía una cualidad la de siempre recitar un hilo de frases según la ocasión lo ameritaba. Lo cual llamaba la atención por lo bien que venia al caso cada frase del hecho que la mencionaba. Todo mundo le preguntaba ¿de donde había aprendido tanta frase y el talento para decirla con gracia? a lo cual siempre respondía con dejo despreocupado “la mejor escuela es la vida seño” dejando a todo mundo se callado y si mas que añadir seguía su camino.
Por la integridad que mostraba en sus frases, como suele pasar en todos los sitios en México, la gente lo apodo Don Mario Netas. A lo cual declaraba cuando le preguntaba si le agradaba el mote “Ni me molesta ni me halaga sino todo lo contrario”. Dejando nuevamente a la gente callada y desconcertada siguiendo su camino.
En cierta ocasión y acompañado de unas cervezas heladas un par de amigos de don Mario discutían sobre el celebre y etílico debate en política, cada una de las partes proponía la calidad mesiánica de su candidato y satanizaba los errores del contrario y sugerían profundos aportes, de los cuales el país debía poner atención para su desarrollo progreso y grandeza. Don Mario nada mas se entretenía con oír a este par de próceres y al final ellos rendidos y cansados del gran debate solicitaron a Don Mario su opinión sobre los candidatos políticos, a lo que simplemente respondió: en la política solo parece existir una regla “Hay que prometer para obtener”. “Gane quien gane yo tendré que trabajar para comer”.
Cuando alguien lo insultaba por alguna querella, don Mario mansamente lo escuchaba y sin mayor miramiento tan solo le respondía "Todo lo que me digas y hagas, que Dios te lo multiplique" por que “con la vara que midas serás medido”. Y nuevamente se concentraba en sus labores.
Este tipo de hombres desconcierta al común de las personas. Porque no están afianzados en ninguna ambición simplemente fluyen por la vida enfocada siempre al presente. Ni se aferran al pasado, ni se ciegan al futuro “lo único que me importa en la vida es el Aquí y el ahora, de lo demás ni tengo dominio ni tengo remedio”.
Ocurría que cuando le pagaban por algún trabajo que realizaba y en el regateo de algún cliente quería rebajar el cobro de don Mario, nuestro amigo replicaba graciosamente: “El dinero no es la vida pero sin dinero no hay comida" y con esto y su humilde condición y la calidad de su trabajo dejaba sin argumento a quien pretendía rebajar su ganancia.
Cuando se le preguntaba sobre Dios don Mario con su sentido común y práctico aconsejaba:
"Dios arriba, yo abajo, el me cuida y yo trabajo" pues como dice otro dicho: “A dios rogando y con el mazo dando” no hay que dejarle todo al”jefe” sin poner de nuestra parte en lo que nos toca, por que hay quienes ven a Dios como un genio mágico, a quien recurren tan solo por la egoísta solución de sus problemas sin practicar la caridad ni misericordia con el prójimo.
También le solía suceder cuando un trabajo le quedaba muy bien y algún curioso quería saber como había logrado tal proeza, en su estilo pueblerino musitaba con una leve sonrisa entre sus gastados: “solo el que trae el morral le sabe su contenido” y continuaba con una risilla bajo el pelambre de sus bigotillos y un brillo de alegría en sus añejos ojos.
Don Mario se definía como la sal: “no se ve pero le da sabor al caldo” era de esas personas que dejan una huella indeleble con quienes convivio por que con su franqueza y humildad se despojan de la grandilocuencia y ostentación que muchos quieren imponerse a los demás pero quedan en ridículo por falta de talento y sentido humano en sus actos.
Cuando una vez le regalaron unos cambios de ropa usada en buen estado sucedió que al ir a trabajar al siguiente día, al percatarse la gente de lo desproporcionada que le quedaba la vestimenta a su pequeño cuerpecillo, tan solo advirtió risueñamente “no se fijen que Era más grande el difunto”.
Como en muchas ocasiones la gente lo quería presionar para que realizara varias obras a la vez pero don Mario, guardando su compostura de siempre, se detenía y aclaraba para que no le perturbaran neciamente en lo que hacia: “momento señores no se puede silbar y tragar pinole”.
También sucedió en otra situación que alguien malintencionadamente quiso tenderle una trampa para medir su honestidad, dejando como olvidado un bello bolso de lustrosa piel cerca de donde estaba trabajando don Mario. Pero cuando la persona llego a percatarse si había caído en la trampa tan solo encontró al provinciano señalando hacia el bolso y exclamando ¡Abierto el cajón, hasta el más honrado es ladrón!
Grande es la sencillez de los hombres virtuosos y más notable es cuando ejercen la virtud por vocación de su dignidad personal. La mansedumbre y sencillez no son obstáculos para realizar considerables actos y mostrar magnas lecciones. Por que la gente de tal calibre afronta los grandes momentos con singular soltura y noble liberalidad por que a nada se atienen en la vida, ni al poder, ni a la fortuna. Y así como tal están se disponen a soportar incluso a la muerte. Ya por su edad avanzada don Mario entro en agonía y en sus últimos instantes tan solo menciono a la enfermera que lo atendía estas últimas oraciones:
O todos coludos o todos rabones.
El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura.
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